No quería escuchar, ni tan siquiera oír. Increpaba y escupía palabras hirientes sin prejuicio alguno. Su cuerpo se convulsionaba una y otra vez al son de una música siniestra que rondaba en su cabeza cobrando vida propia. Todos se dieron cuenta y tras una señal de alarma, se abalanzaron sobre él como alimañas para evitar daño alguno, según ellos, arrebatandole ese ínfimo momento de libertad. De vuelta, mientras se iba acercando a su cúpula blanca, sus ojos se voltearon volviendo al mundo imaginario del que procedía.
jueves, 3 de febrero de 2011
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